Los perros de este libro puede que sueñen con viajes espaciales, con bailar alzados sobre las patas traseras, dormir bajo sábanas sedosas, quitarse el abrigo de piel al caer la noche y hacer el amor cara a cara. Sus amos, en cambio, sueñan con huesos, con mear al pie de las farolas, con lamerse los genitales, la caza, el bosque, el premio, el olor de la sangre y los rastros de su especie. Humanos que perseveran en su empeño de no claudicar, amordazados por los rigores de la vida doméstica, la vida ajardinada de cita puntual con el dentista, semáforos, facturas, saludo al vecino y césped impoluto. Siempre en connivencia con sus perros, secuaces o cómplices, testigos mudos y víctimas involuntarias del ansia de libertad y la nostalgia de lo indómito, el frágil equilibrio entre la necesidad de contacto humano y la tendencia al abandono y la crueldad. Cuando, al fin y al cabo, unos y otros anhelan lo mismo: comida, refugio y compañía. A veces, no más que la limosna de una caricia.