Ökologie. En la obra de Miguel Ángel Curiel reconozco a una figura de mi infancia rural: la del rebuscador de maíz o de aceitunas. ¿Qué hacían esos rebuscadores? Espigar y recoger aquello que había quedado en los campos después de alzada la cosecha. Entre esa tarea, amparada por el Derecho romano, y la poesía de Curiel me parece que existe una íntima correspondencia: el que rebusca es capaz de encontrar frutos en donde otros han estado antes, encuentra en un lugar donde lo lógico sería que ya no quedara nada. No hablo de un arte del objeto encontrado ni del desecho como en los dadaístas, sino de saber ver donde todo parece que se ha calcinado. Y eso es lo que hace Curiel, que escribe como un presocrático, exprimiendo cinco elementos primordiales (tierra, agua, fuego, aire y cielo), pero sin olvidar el vacío que los contiene a todos. El poema hace de sí mismo tierra quemada, lugar para el rebusco y el rastrojeo, sitio para sus propias contaminaciones e injertos. Aprecio especialmente sus derivas por caminos que va abriendo al mismo tiempo que los nombra: se hiere las manos en la maleza, arranca, entierra o e