Desde la antigüedad, el viaje ha constituido una vía de conocimiento y reflexión. Ese convencimiento posee el autor desde los años setenta del siglo pasado, cuando comenzó a auscultar los latidos del Pirineo y de las gentes que modelaban su paisaje. Confesó su vocación en una lejana clase de COU, allá por el año 1972, en la que doña Angelita, la profesora de Lengua del Instituto Ramón y Cajal de Huesca, le pidió que justificase ante el resto del alumnado su pasión pirineísta.El viaje que aquí se relata y se explica fue intenso, meditado cada noche bajo el titilar de las estrellas y enriquecido por el encuentro con Hans y Martine, dos jóvenes que seguían los pasos del geógrafo francés Max Daumas por el Alto Aragón.La experiencia se ha plasmado en Pirineo y manta, un trabajo artesano y pedagógico guiado por la impronta profesional del viajero, una oportunidad para cartografiar el alma humana y levantar un gran retablo de la vida cotidiana de estas montañas, lejos del etnocentrismo, pues lo local, en exceso, produce claustrofobia y lo universal, orfandad.De algún modo, el libro complementa la tímida exposició