Edgar Wilson trabaja en un matadero como aturdidor; es el encargado de darles a los animales el golpe que los deja inconscientes antes de que los degüellen y faenen. Edgar hace su trabajo con pericia, él no hace sufrir a los animales, ya que eso endurece la carne, pero además porque es un hombre compasivo. Una mañana, la desaparición misteriosa de un grupo de vacas sorprende a Edgar y a los trabajadores del matadero mientras el dueño está de viaje, y los obliga a suspender sus tareas y emprender la búsqueda. Lo que en principio parece ser un robo termina siendo un suicidio colectivo, algo difícil de creer ya que los animales, sencillamente, no se suicidan. Las conversaciones, estrategias, confesiones e hipótesis que desata el hecho dejarán al descubierto la permeabilidad de los límites entre lo humano y lo animal, la brutalidad en todos los ámbitos de una sociedad que, paradójicamente, desprecia y cuestiona a personas como Edgar por un trabajo que no es sino un engranaje indispensable del proceso de fabricación de los productos que consumen.