Hace apenas un siglo, el universo lo concebíamos como radiación, luz si se desea, y una pequeña parte de su contenido en forma de materia formada por átomos. Estos, a su vez, estaban hechos de protones, electrones y, seguramente, aunque aún no confirmado, por neutrones. Analizando primero los rayos cósmicos y después con el desarrollo de los aceleradores de partículas, el mundo quedó fascinado al irse descubriendo una enormidad de partículas que empezaron a llamarse elementales. Se le llamó el zoo subnuclear, tal era la diversidad que presentaban sus propiedades. Se puso en cuestión incluso el concepto de elemental, es decir, que muchas de aquellas partículas bien podrían estar formadas por otras. Y así se conjeturaron los quarks y otras partículas intermediarias de las fuerzas nucleares como el fotón lo era de la fuerza electromagnética. Eran los quarks y los gluones entre otros. Incluso la aún misteriosa gravedad tendría que tener su transmisor en forma de partícula: el llamado gravitón. Y así, poco a poco fue elaborándose el llamado Modelo Estándar de la Física de Partículas. Se clasificó todo aquel maremágnum y las partículas quedaron encuadradas a modo de una nueva Tabla de Mendelejev de los elementos químicos. Incluso más sencilla aún, pero también se fue descubriendo que no estaba completo y que había que ir más allá de este modelo. También queda por encajar el gravitón y sus consecuencias, la gravedad, en todo el edificio fundamental del mundo. En ello se está en este siglo XXI. Este libro permite adentrarse en el fascinante bosque de las partículas elementales que le dan fundamento y razón a la existencia del nuestro universo y, en consecuencia, de nosotros mismos.