La vida de Doug Peacock ha estado marcada por los tres años que pasó combatiendo en Vietnam y viendo demasiados daños colaterales, «esa expresión cobarde con la que los gobiernos aluden a los cuerpos inocentes desmembrados que resultan de la mayoría de ataques aéreos», nos aclara el autor. A su regreso a Estados Unidos, Peacock decidió afrontar su diagnóstico de estrés postraumático poniendo toda su rabia y su experiencia de combate al servicio de la defensa de la naturaleza. Así llegó a ser el que hoy es y cuyo relato vital se cuenta en este libro: un ecologista radical, subversivo e íntimamente convencido de que lo salvaje es lo único que queda en este mundo que merece la pena salvar.
De este modo, Peacock nos relata con pluma y tempo magistral sus aventuras y desventuras (algunas legales, otras muchas ilegales, basadas en el asalto y el sabotaje), que tienen lugar en los territorios que habitan algunos de los seres más fascinantes de este planeta: osos de todas las latitudes y colores, así como lobos, búfalos, jaguares, tigres siberianos, ballenas boreales, aves de las Galápagos02026; por no hablar de narcotraficantes un pelín desequilibrados, rancheros mafiosos o latifundistas despiadados. Ya sea atravesando cordilleras tras el rastro del último oso grizzly de México, pateando Siberia para entrar en la mente del tigre que allí devora a los hombres, perdiéndose en un desierto para enterrar ilegalmente a su mejor amigo, descubriendo una cueva con decenas de pinturas prehistóricas monumentales o descendiendo el río Misuri para huir del FBI, todas las andanzas de Doug Peacock tienen algo en común: combinando un estilo a medio camino entre la novela de aventuras y el ensayo ecologista, nos lleva a reflexionar sobre la ceguera y la codicia de sus congéneres, los abusos de la caza, las extralimitaciones de la ganadería, la arbitrariedad de las instituciones y el peligro inminente del cambio climático, llamando a asumir los riesgos necesarios para preservar la belleza ilimitada de la naturaleza.