Isabel Núñez nos ofrece un recorrido caprichoso por la ciudad con una particular combinación de búsqueda de la belleza, crítica vehemente de la especulación y la destrucción, ironía y una nostalgia que no es nostalgia del pasado sino de la inocencia perdida. Y en medio de esos itinerarios, ensoñados o vibrantes, está siempre la literatura, la suya y la de los demás, como el tapiz infinito de los contadores de historias. Las imágenes no pretenden ser la obra de un fotógrafo, sino simplemente ese reverso de las postales que la autora enviaba y recibía cuando aún no había empezado la era electrónica y viajar era siempre desconexión y aventura. La mirada es siempre subjetiva y sigue una lógica azarosa que sólo podrían justificar razones secretas e inconscientes. El prólogo ilustrado de Javier Mariscal añade otra mirada de Barcelona, no menos apasionada pero sí distinta, tal vez más decididamente plástica, y dibuja el territorio de confluencia. Mariscal se revela como un apasionado conocedor de la historia de las ciudades, aunque se empeñe en ocultarlo con su humor irónico y la exuberancia de sus fantasías.