Un instante de infinita resiliencia
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Es inevitable que los libros de un mismo catálogo, en muchas ocasiones, dialoguen entre sí, como sucede con dos de los últimos títulos publicados por la editorial Errata Naturae: Te vi marchar y Lo que cabe en un instante.
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El primero, un ameno ensayo de Robert Richardson —biógrafo de algunos de los grandes pensadores de nuestro tiempo—, demuestra cómo la resiliencia puede convertir la oscuridad del duelo en una puerta luminosa hacia nuevos mundos si se tiene la valentía y la entereza de atravesarla. Para ilustrarlo, toma los ejemplos de tres autores que han marcado la filosofía moderna: Emerson, Thoreau y Williams James. El primero, con la dolorosa pérdida de su reciente esposa, de apenas veinte años; el segundo, con la inesperada muerte, con veintiséis años, de su hermano, en sus brazos, a causa del tétanos, tras lo que parecía un inofensivo corte en un dedo; el tercero, con el irreparable fallecimiento de su hijo que apenas comenzaba a disfrutar del mundo.
Muertes devastadoras que, sin duda, marcaron la vida y el pensamiento de los tres, pero que, al mismo tiempo, gracias a su resiliencia, consiguieron transformar en una nueva manera de acercarse al mundo. Como demuestra Richardson, los tres entendieron la lección más fundamental que nos enseña la naturaleza: dejaron de verse como individuos aislados para aceptarse como parte de un cosmos infinito que debía seguir su curso natural de degradación.
Lo mismo le sucede a Abigail Thomas, autora de la novela Lo que cabe en un instante. A través de breves pensamientos, fragmentos de historias, mordiscos de tiempo, la narradora nos va mostrando los instantes que han marcado su dilatada vida. Sus tres matrimonios, sus hijos y nietos, la precariedad laboral, las estrecheces económicas, sus perros o las conversaciones con su hermana tejen el retrato de una mujer ya en la última etapa de su vida que se mira a sí misma en el tiempo sin filtros ni nostalgia.
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A pesar de pertenecer a géneros diferentes, entre los dos libros se crea un diálogo sobre el duelo y la resiliencia ya que uno de los sucesos que marcaron la vida de Abigail Thomas —como la de Emerson, Thoreau o James— fue la muerte de un ser querido. En su caso, la de su segundo marido. Aunque sucede cuando ya estaban separados, la narradora no duda en acoger, ayudar y acompañar en la medida de lo posible a su expareja en todo el doloroso proceso.
Una muerte que, al contrario de las narradas por Richardson, fue lenta y arrastró con ella multitud de instantes. Una muerte que transformó a su narradora. Y que la empujó a comprender de que la vida, en última instancia, es eso: una colección de instantes que nos van enseñando cómo convivir con la muerte.
Miguel Ángel Ortiz